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Había una vez en un pequeño pueblo junto a un bosque, cuentos de un misterioso jardín oculto que nadie había logrado encontrar. Se decía que en este jardín florecían las flores más hermosas y había árboles que daban frutas de sabores nunca antes probados. Dos niños del pueblo, Luna y Diego, decidieron que serían ellos quienes descubrirían el jardín secreto. Empacaron mochilas con agua, brújulas y un viejo mapa del bosque que encontraron en la biblioteca del pueblo. A la mañana siguiente, con el rocío refrescando la tierra y en el aire, se adentraron en el bosque. Siguiendo el mapa, pasaron por , donde los árboles parecían susurrarles al oído. De repente, Luna tropezó con una que brillaba con luz propia. ‘Debe ser una pista’, dijo Diego. Al tocar la piedra, ambos escucharon un que los guió hacia un camino oculto detrás de los arbustos. El sendero los llevó a un hermoso arco de ramas entrelazadas, cubierto de flores vibrantes y un llenó el aire. Cruzaron el arco y, para su asombro, se encontraron en el jardín secreto. El jardín estaba lleno de , y en el centro había un estanque cuyas aguas mostraban imágenes del pasado y el futuro. Luna y Diego se dieron cuenta de que habían descubierto algo más grande que un simple jardín: habían hallado un lugar de magia y sabiduría. Llenos de emoción, aceptaron la responsabilidad de proteger el jardín secreto. Acordaron mantener el misterio vivo, compartiendo solo pistas con aquellos valientes y curiosos como ellos. El bosque encantado había encontrado a sus nuevos guardianes, y el misterio del jardín secreto seguiría siendo una dulce leyenda para el pueblo. Y así, cada vez que alguien miraba el bosque y sentía una , podía estar seguro de que Luna y Diego estarían allí, vigilando el maravilloso secreto que habían descubierto. Fin.
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